SUEÑOS…ROTOS
La humanidad, a través de algunas
personas, lleva siglos soñando con hacer del mundo un verdadero hogar para
todos, pero, ¡ay!, el desorden se ha establecido, sin piedad, es un enjambre
enfurecido. No hay lugar, apenas, en este dolorido mundo en el que las
alambradas, físicas o mentales, siempre reales, no hayan desgarrado con sus
afilados y obscenos punzones una conciencia, o hayan mutilado un cuerpo, adulto,
infantil, o recién nacido.
No es posible dudar del desorden
cuando hay recursos suficientes para vivir, todos, dignamente, y, sin embargo,
todos los días, y todas las noches, cada instante, incesantemente, ríos de
lágrimas surcan los rostros sufrientes de seres maltratados, por el hambre, por
enfermedades curables, por el expolio, por la indiferencia, por el desprecio, en
fin, por el egoísmo.
ECHAR A LOS MERCADERES
Lo que debería ser un templo y un
hogar, es un mercado. Un sangriento mercado en el que se comercia, sin
escrúpulos, con cosas y personas, da lo mismo. Es menester echar del templo a
los mercaderes pero, ¿cómo?. Nuestra opción no acepta la violencia, el fin no
justifica los medios, hasta el delincuente más repugnante merece respeto por
ser persona, una condición que no se pierde por las obras, aunque algunos no
vivan a la altura de esa dignidad. El desorden es tan profundo y está tan
establecido que afecta a las raíces de nuestro ser. El hombre es un ser
histórico, caminante, se va haciendo con todo lo que hace. Vivir, respirar,
actuar en este desorden le va haciendo, inconscientemente, incapaz de amar.
Sólo sabe mercadear, incluso en sus relaciones personales. Confunde valor y
precio. ¡Pobre necio! . Es evidente que hay que recuperar una orientación
verdaderamente humana. Es necesaria una revolución, un cambio radical, y
no-violento.
REVOLUCIÓN PERSONAL, REVOLUCIÓN COMUNITARIA
Revolución personal. La primera revolución siempre es en uno mismo.
Hay que aprender a respetarse y no juzgar a nadie moralmente, aprender el
difícil oficio humano de separar el grano de la cizaña, las personas de sus
obras. Es una tarea tan compleja que no se acaba de aprender nunca, siempre
requiere opción, no bajar la guardia, combatir, sin excepción, las acciones
injustas, las que abajan a las personas, y salvar, siempre, sin excepción, a
las personas. Luchar, sin odio, sin rabia, sin resentimiento, con amor, si, a
las obras de los que hacen el mal a sabiendas. ¡Pobres diablos!.
No somos Dios. Somos Hombre. No
debemos andar por la vida juzgando malos a los que realizan, claramente,
maldades. La maldad es la mayor ignorancia de un hombre, si la verdad es que la
vida es creación de amor. Lamentablemente, nuestra cultura ha degradado tanto
la razón, dentro y fuera de las religiones, que es difícil aceptar en ella,
como la más razonable, la afirmación de la existencia de Dios y de que, por
tanto, todo es creación, una creación que, a pesar de las profundas oscuridades
de la historia, sólo tiene sentido si proviene del amor. Les parece que
abandonan la razón si no se convierten en enterradores. ¡Qué ceguera la del
positivismo!
Pero, volvamos a lo nuestro.
Dejémonos de lamentaciones y vamos a intentar proyectar un mundo fraterno, otro
no nos vale, no está a la altura de nuestra dignidad.
Decíamos hace un momento que
nuestro proyecto, por ser personas, es hacer del mundo un hogar para todos.
Este proyecto, pese a su utopía, es irrenunciable. El que ha experimentado el
amor, recibido y entregado, sabe que es difusivo, que no deja a nadie fuera,
que rompe siempre fronteras, que camina siempre hacia la comunión personal,
hacia el abrazo, que, incluso cuando debe impedir que alguien hago daño, cuando
sea imprescindible utilizar la fuerza, debe mantener su razón y su sentir, es
decir, su co-razón limpio, abierto a la ternura, sin dejar que en él anide el
odio. Transformar su juicio en pena, en compasión. Hace siglos que sabemos que
sin misericordia no es posible la justicia.
Revolución comunitaria. La segunda revolución, contemporánea de la
personal, inescindiblemente unidas, consecuencia de ella, es la comunitaria. No
hay conversión sin versión entregada al otro. El que ha decidido que su única
ley es amar, experimenta que eso no es posible estableciendo una frontera entre
él y los otros, no es posible amarse, sin amar al otro, y hoy sabemos que
tampoco es posible amar, sin que este dinamismo creador abarque en su entrega
el mundo del que venimos y que terminará acogiéndonos. Amar no deja a nadie, ni
a nada, fuera. El problema siempre es que el hombre es un caminante, es
naturaleza e historia, que lo que se
recibe se recibe siempre al modo del recipiente que lo recibe, que cada ser
humano es único, siempre sin acabar, siempre desconocido, incluso para sí
mismo, siempre misterio sagrado, frágil, maravilloso, hasta en su maldad,
inteligentemente afectivo, una menesterosa criatura que sólo merece amor y
respeto. Comprender es la única opción válida, cuando se trata de personas.
Estas consideraciones no deben
apartarnos de la lucha, deben orientarla por el amor, porque ésta es la única
manera de humanizarse que tiene el hombre.
Las revoluciones permanentes de
las que estamos hablando: la conversión y la transformación del mundo en hogar,
deben actualizarse. Amar no es sólo querer el bien de los enemigos, sino
combatir sus maldades y las consecuencias de sus maldades. En cada época hay
circunstancias que es necesario conocer para saber transformarlas, es necesario
querer para saber, y saber, para querer bien. El amar siempre es eficaz,
siempre termina ganando, aunque en la historia los depredadores parezca que se
llevan la mejor parte, sólo se están llevando el botín.
DESCUBRIMIENTO PERSONAL EN LA HISTORIA
¡Esto no es ciencia! dicen,
inmediatamente los que, al final, sólo tienen la alternativa de la podredumbre
o la incineración. Preclaros hombres, creyentes de razón menguada. Claro que no
es ciencia, es sabiduría. La verdadera condición del hombre es la humildad.
Sólo la humildad nos hace descubrir nuestra grandeza. La sabiduría del amor, la
única que permite ver, con evidencia, lo que es invisible a los ojos, la ha ido
adquiriendo la humanidad en sus mejores hijos, en los más sabios, en esos que
muchas veces han terminado testimoniando lo que creían desde la cicuta o desde
la cruz, rodeados del pasmo, del miedo, del odio y, también, de la esperanza de
muchos. Ellos, aunque nos cueste reconocerlo, nos han hecho humanos. Han hecho
posible el amor, la fe, la esperanza, el diálogo y, en definitiva, el sentido.
En ellos hemos encontrado a Dios, a un Ser invisible a los ojos, que se
manifiesta como Amor que crea siempre, haciendo que todo sea, y que nosotros
vayamos haciéndonos verdaderamente humanos, con nuestra colaboración. Siempre
encontramos a Dios, a la Verdad,
en el amor. Es la eternidad, lo que siempre es y será, en el tiempo. Ningún
depredador podrá comer las entrañas de los testigos de esta sabiduría, porque
están hechas de eternidad, no están sujetas a la degradación, no se marchitan,
provienen del amor y son siempre, viven.
Su testimonio nos ha enseñado que
es menester arrojar, sin contemplaciones, a los mercaderes. No conozco ningún
testigo de lo eterno que haya sido un blandengue. Devolver bien por mal, no es
ser un cobarde o un meapilas, es la manifestación de la mayor fortaleza que
existe. Nadie es verdaderamente libre si no se adhiere a fidelidades que valen
más que su propia vida. Cuando no se teme a nada, cuando el amor prevalece,
nadie te puede someter.
Es necesario echar a los
mercaderes del templo. Primero al mercader que todos llevamos dentro, con
nuestro afán de propiedad. Sabemos que, sin arrojar de nuestro corazón al
mercader que se ha instalado en el, no es convincente liarse a porrazos con los
mercaderes de fuera. Después a los que se han instalado en las instituciones,
en el templo de la vida. Un mundo nuevo requiere siempre hombres nuevos, que
luchen por no dimitir de su dignidad de personas, contra sus miserias, y contra
todo aquello que pisotee la dignidad de cualquier persona, en cualquier lugar y
tiempo, para esta tarea irrenunciable del hombre no hay sábado, ni día libre,
ni vacaciones, ni jubilación, siempre es jornada laboral. Nunca es tiempo de
dimitir de ser persona.
EL FIN NO JUSTIFICA LOS MEDIOS
Recordar nuestra grandeza y
nuestra pequeñez es imprescindible, volver a pasar por el corazón (re-cordar)
los logros alcanzados y los pecados cometidos es necesario, no para rellenar
ocios con festejos ancestrales, ni para recuperar memorias vengadoras, sino
para proyectar un futuro mejor. El hombre es un ser de lejanías, de utopía, de
futuro posible.
Es una constante universal en la
historia de la humanidad que sólo el amor y la comunidad, sólo la comunión que
va creando siempre el quererse, ha hecho posible el avance hacia lo que
consideramos genuinamente humano. El egoísmo en cualquiera de sus formas, la
rotura de vínculos personales, sólo produce destrozos. No es necesario poner ejemplos, cualquiera
puede comprobar la eficacia de una manera de vivir o de la otra. Cuando hay una
buena familia a tu alrededor, cuando hay amigos, no estás nunca solo. Si el
amor falta, la soledad y sus consecuencias van secando la vida.
FAMILIA
Hoy, en esta cultura degradada,
todo tiene precio, y nada vale. Despreciamos lo que ignoramos. En la historia,
es un hecho, que sólo el amar nos ha llevado a la experiencia del sentido, a la
confianza y a la esperanza. Nos hemos reconocido dignos, por ser hijos y por
ser personas. Esto es irrenunciable. Es una experiencia poderosa, maravillosa,
vivir el amor como hijos, como padres, y como hermanos. Venimos a la vida como
hijos, aprendemos a amar con los que nos han querido, antes de conocernos e
incondicionalmente, y vamos, así, creando todos fraternidad. Padres e hijos
estamos hermanados en la existencia.
Así pues, vamos a vivir en
familia, como hermanos, vamos a no dejarnos comer más el coco con ese embrollo financiero
de diseño en el que nos han enredado. Es menester recuperar el sentido común,
escuchar a los clásicos, volver a reorientar la vida por la prudencia. La
economía (la ciencia de las normas que deben regir un hogar) es una magnífica
ciencia humana, como lo es la política, pero se han convertido en medios de
deshumanización en manos de ignorantes y de irresponsables, las dos deben ser
reorientadas desde la centralidad de la persona, ética, política y economía no
deben separarse.
Como la revolución siempre es, en
primer y permanente lugar, de uno mismo, es imprescindible que se haga
compartiendo la vida con los que peor lo llevan. Se sale de la pobreza
haciéndose pobre con los pobres y luchando con ellos contra la pobreza. Sin
anuncio, la denuncia sólo es hipocresía. Contra las crisis sólo el
enfrentamiento, la creatividad e ir a la raíz se muestran eficaces. Los medios,
con personas, sólo pueden ser personales. Amar al hombre es una abstracción, el
amor siempre es una obra concreta a un prójimo, alguien que está a nuestro lado
o a quien nos acercamos, alguien imperfecto, con circunstancias que hay que
transformar y liberar, para ayudar a que se libere. El avance humano sólo se
consigue introduciendo con nuestras obras bien donde había mal. Y, ante tanto
mal, no se puede ser humano, sin ser un rebelde.
ES TIEMPO DE INSUMISIÓN Y DE FRATERNIDAD
Estamos recordando estas cosas
despacio porque están demasiado olvidadas. En la sociedad del conocimiento,
dicen, y de las comunicaciones, también dicen, nos estamos apartando de la
sabiduría. Menudo negocio. Con este negocio, algunos hacen el suyo.
Nosotros, sin embargo, estamos
convencidos de que hemos encontrado la clave de nuestra existencia; coinciden
en ella todos los hombres grandes, los que han experimentado que la vida tiene
sentido, los que han sabido unir limpieza de corazón, humildad, sencillez,
servicio, testimonio, rebeldía…Todos ellos coinciden en que el amor es lo único
que construye y lo han adoptado como su modo de vivir, reconociendo que no lo
han inventado. Se han sentido criaturas.
La dignidad humana, su
universalización, y sus consecuencias, se han proclamado recientemente. Sin
embargo, la liberación, el proceso de humanizarnos, la decisión permanente y
firme de no dimitir es lo más complicado de la vida. No nacemos santos, sino
llamados a la santidad. La santidad no es cosa de religiones, otra confusión,
es cosa de hombres. Es un trabajo duro e inacabable. El trabajo humano, de cada
ser humano, indelegable.
En la historia, siempre llevan
las de ganar los que aprovechan la fuerza de su egoísmo y las posibilidades que
ofrece el amor de los demás. Ésta es una buena razón para no ser un ingenuo. El
drama, para algunos tragedia, de la historia, consiste en el agotador e
inacabable esfuerzo que exige ir abandonando
las ilusiones y, sin embargo, mantener la esperanza.
Con estos principios elementales
como brújula para marear vamos a intentar lanzarnos al encrespado mar actual y
trazar un rumbo. Sólo vamos a proponer tres cosas que, al ponerlas en la vida,
demostrarían la fuerza que tiene el compartir, vivir como hermanos.
Vivir así, compartiendo lo que hay, dando más a quien
más lo necesita y sirviendo más quien más ha recibido, es lo normal en una
familia orientada por el amor.
Compartir la vida y las cosas no
sólo es necesario para los empobrecidos, sino para todo el que quiera vivir
humanamente. Entre el amar y la dimisión sólo hay el abismo de la
deshumanización. Todos somos responsables de todos. Esta es la verdad del amar.
En esto consiste el trabajo humano. Por eso, vamos a intentar, al menos,
repartir el empleo. No se puede consentir tan nefasta distribución de los
recursos. Todas las grandes declaraciones sobre la dignidad y los derechos
humanos se quedan en juguetes rotos ante el abismo de desigualdad e injusticia
que, no sólo puede evitarse, sino que es un proyecto minuciosa y fríamente
pensado, realizado sin piedad. La avalancha de declaraciones de buenas
intenciones, de políticos y financieros, de líderes de religiones, de instituciones
que medran sin ánimo de lucro, de millones de personas que se encuentran bien
en la masa, no son creíbles sin obras que muestren que creen en lo que dicen.
Al final, el testimonio es la medida de un hombre, y, si lo es de un hombre, lo
es así mismo de las instituciones que va creando. Una institución no es una
sociedad anónima nunca, siempre son personas las responsables, el anonimato es
una coartada para la irresponsabilidad.
Como el desorden es muy profundo,
es necesario ir a fondo, con prudencia y fidelidad, en todos los ámbitos. Un
principio es necesario hacer vida: la
única ley es amar. Todas las leyes, en la medida en que se desvían de este
principio, se convierten en alambradas. En cada época es menester identificar
los ídolos que producen la sumisión y la muerte. La nuestra tiene algunos que
sobresalen: mercado-mundo, bienestar, cientificismo, laicismo, relativismo,
utilitarismo, afán de propiedad, manipulación de las conciencias, degradación
de las democracias, confusión de valor y precio.
Todos estos mitos, y algunos más,
han dejado el mundo con las venas abiertas. Es hora de insumisión y de
fraternidad.
Es necesaria una revolución, personal y comunitaria en la España del siglo XXI
El bienestar ha calado tanto, nos
ha vuelto tan ciegos al valor, que necesitamos una pedagogía de la desapropiación, es necesario aprender a comportarnos como hermanos, a que
nos duela el mal compartiendo sus consecuencias.
Se trata de educarnos para vivir
en familia. Es menester hacer un esfuerzo de creatividad fraterna para
reorientar los diferentes ámbitos de la vida. Vamos a comenzar por la pedagogía
personal, por la conversión, para ir preparando y haciendo posible la
transformación social. El principio que orienta este camino es el de la desapropiación para compartir, no por
masoquismo. Al final, las personas sólo tenemos lo que damos, sólo somos libres
en la entrega que hacemos de nosotros mismos.
La propuesta que vamos a realizar
es una muestra de cómo creemos que hay que avanzar en el asunto del empleo, que
muchos confunden con el trabajo humano, que es otra cosa mucho más importante y
que ocupa la vida entera del hombre. Habrá que realizar otras muchas, en todos
los ámbitos. Pretende reacoger en las tareas del hogar a los que el mal
comportamiento de algunos miembros de la familia ha considerado inútiles, es
decir, a los que han obligado a parar o a los que ni siquiera se les ha dado
una oportunidad. Es inaceptable que haya tantas posibilidades y tengamos a la
mitad de nuestros hijos sin empleo, sin posibilidad de proyectar una familia,
un hogar, sin esperanza. Participar como ciudadano de pleno derecho en todo, en
la medida de las posibilidades de cada cual, es un derecho fundamental, básico.
No hay razón de peso suficiente para excluir de la ciudadanía plena a nadie. Es necesario y urgente compartir lo que
hay, y crear nuevas posibilidades.
Las siguientes propuestas son
concretas y dirigidas a entornos conocidos. Cada cual debe hacer en el ámbito
que él conozca algo parecido.
Nos limitamos a proponer algunas
posibilidades que ofrecen tres entornos concretos: la enseñanza, la sanidad, y
los pueblos.
1. La enseñanza es
un servicio personal fundamental, no es un lugar de producción de
utensilios. Es necesaria vocación, magisterio, ministerio, no se ayuda a ser
personas desde la ignorancia, con prisas, con horas lectivas como churros, con
clases masificadas, la relación magisterial con niños y adolescentes es un
sacramento de muy delicada administración.
Frente a la
imposición, insensata, de menos contratos de trabajo en la enseñanza, más
chicos en cada clase, menos dinero por más esfuerzo y más horas de trabajo, es
necesario romper esa lógica, desde dentro. Se podría proponer reducir en un 30% la jornada laboral de
quien estuviera dispuesto a luchar contra esta imposición y crear un puesto de trabajo por cada tres empleados a tiempo completo.
En principio, habría que estar dispuesto a cobrar un 30% menos, con todas las
consecuencias derivadas de esta circunstancia. Sin embargo, el bien social
sería tan evidente que se podría exigir, razonablemente, un apoyo decidido de
los recursos públicos a esta iniciativa.
2. En la Sanidad, otro servicio
básico, en la que existen muchas personas trabajando en el servicio público y
en el privado, al mismo tiempo, se debería disuadir
fiscalmente de trabajar en dos empleos. Hay muchas otras cosas que
reorientar, pero, por algo hay que empezar. Puede ser una buena ocasión para
recuperar de verdad el servicio público y dejar de jugar con dos barajas. Un
buen médico, un buen trabajador de la sanidad, es el que sabe y quiere ayudar a
sanar íntegramente al hombre. No me parece bien orientado el que sabe y quiere,
pero acapara y se enriquece. Hay diferentes maneras de usar los conocimientos,
pero, en la vida de un hombre fraterno, todo debe estar orientado al servicio
desde el amor. Un médico, como cualquier otro ser humano, siempre es una
persona. Y, la persona, es el ser capaz de amar. Ésa es la vocación humana. En
ninguna actividad de la vida hay excusas para el egoísmo.
3. Recuperar una
vida sencilla y muy completa en los pueblos. Un proyecto con muchas
posibilidades podría ser el de hacer un fondo de capital, con aportaciones
voluntarias o con fondos procedentes de banca solidaria, dejando de trabajar
con cualquier banca que invierta en asuntos inconfesables o utilice la usura en
sus prácticas, para comprar un fondo de
tierras comunes en las que crear cooperativas agropecuarias, que
permitieran una vida comunitaria, sencilla, que hiciera posible una vida digna
para muchos jóvenes. Recuperando tierras
y pueblos, que tienen muchas
posibilidades abandonadas o inexploradas. Los que somos de pueblo sabemos que
se puede vivir una vida buena en ellos. Vivienda, tierra, labores
agropecuarias, relaciones personales, participación directa en la gestión de
los asuntos, relación personal, no anónima…etc. Todo eso y mucho más es posible
en un pueblo bien educado humanamente.
Hoy, como siempre, es necesario
aprender a compartir. La razón fundamental es que sólo el amor nos construye
humanamente, pero, además, es un deber de justicia no acaparar cuando otros no
tienen lo más necesario.
Repartir y compartir los conocimientos y el empleo es urgente, es justo
y necesario. No siempre en la vida tenemos las mismas necesidades. Cuando
se ha criado a los hijos y se han pagado las facturas agobiantes de la vida,
como el piso, cuando se lleva ya muchos años realizando tareas rutinarias para
poder vivir, podría ser una liberación dejar parte de la jornada para poder
dedicarse a otras actividades más plenificadoras humanamente. Esto requiere un
cambio de valores, aprender a disfrutar de una vida sencilla, valorar lo
suficiente. No esforzarse sólo por tener
más.
Promover, como un bien personal y
social, medias jornadas a partir de los 55 años, para que muchos jóvenes
pudieran también tenerlas, y poder así aprender con los que saben y entrar en
la vida estudiando y trabajando, sintiéndose acogidos y útiles, llamados a
participar en la ciudadanía plena, creando sus hogares a tiempo, tomando las
decisiones fundamentales de la vida en el momento en que se deben tomar, cuando
se es joven y se tiene fuerza y esperanza.
Es una radical desorientación
antropológica arrebatar la esperanza a los jóvenes, haciendo que se sientan
inútiles, dejándoles fuera de la ciudadanía plena, sin esperanza. Nada
justifica esta realidad. No debe consentirse por ninguna razón. Una cultura que
se acostumbre a vivir con este hecho, sometida y resignada a esta barbarie, no
merece el nombre de humana.
Es necesario pensar despacio, pero
sin pausa, las posibilidades de cada actividad de la vida con el orden de la
persona, no con el desorden del individualismo. Se necesitan profesionales de
todas las clases para pensar y proyectar bien estas iniciativas, que ahora
tienen una buena ocasión de demostrar su eficacia de humanización.
Es necesario poner en pie
ejemplos que demuestren su capacidad de generar vida y convocar a personas e
instituciones a colaborar para crear posibilidades y transformar las cosas.
Muchas personas, de nuestra misma familia, no hay otra, lo están pasando muy
mal y no debemos mirar a otro lado.
APRENDIZAJE DE LA
NOVIOLENCIA
Para llevar adelante esta
revolución considero necesario el aprendizaje de la noviolencia, que es el único capaz, desde este punto de vista, de
respetar a las personas y luchar contra sus miserias. Este aprendizaje debería
ser imprescindible en la formación de niños y jóvenes, impregnando todas sus
asignaturas, y la vida entera.
No perder el rumbo. Aprender a
distinguir lo verdaderamente importante. No dejarse llevar. Es claro que sin
maestros que hayan hecho vida esta forma de ser no se puede educar en ella. Sin
embargo, el despiste reinante hoy, en ocasiones, prefiere mediocres que
manifiesten su tibieza en varios idiomas. Es muy conveniente hablar varios
idiomas, pero, una vez más, perdemos el norte, si ponemos un maestro mediocre,
aunque hable varias lenguas, por delante de un maestro con vocación, que
testimonia bien en una. Y, lo mismo puede ocurrir en otras tareas. Aprender a
amar es mucho más difícil que aprender un idioma. La escuela la ponen en pie buenos maestros, no loritos
viajeros.
Todo esto ya lo sabía Pablo de
Tarso cuando escribió el capítulo trece de su carta a los Corintios.
Desalambrar y compartir no pueden
separarse, ni aplazarse. Es tiempo de insumisión.
A. Calvo
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