martes, 28 de agosto de 2012

DESALAMBRAR Y COMPARTIR


SUEÑOS…ROTOS

La humanidad, a través de algunas personas, lleva siglos soñando con hacer del mundo un verdadero hogar para todos, pero, ¡ay!, el desorden se ha establecido, sin piedad, es un enjambre enfurecido. No hay lugar, apenas, en este dolorido mundo en el que las alambradas, físicas o mentales, siempre reales, no hayan desgarrado con sus afilados y obscenos punzones una conciencia, o hayan mutilado un cuerpo, adulto, infantil, o recién nacido.

No es posible dudar del desorden cuando hay recursos suficientes para vivir, todos, dignamente, y, sin embargo, todos los días, y todas las noches, cada instante, incesantemente, ríos de lágrimas surcan los rostros sufrientes de seres maltratados, por el hambre, por enfermedades curables, por el expolio, por la indiferencia, por el desprecio, en fin, por el egoísmo.

ECHAR A LOS MERCADERES

Lo que debería ser un templo y un hogar, es un mercado. Un sangriento mercado en el que se comercia, sin escrúpulos, con cosas y personas, da lo mismo. Es menester echar del templo a los mercaderes pero, ¿cómo?. Nuestra opción no acepta la violencia, el fin no justifica los medios, hasta el delincuente más repugnante merece respeto por ser persona, una condición que no se pierde por las obras, aunque algunos no vivan a la altura de esa dignidad. El desorden es tan profundo y está tan establecido que afecta a las raíces de nuestro ser. El hombre es un ser histórico, caminante, se va haciendo con todo lo que hace. Vivir, respirar, actuar en este desorden le va haciendo, inconscientemente, incapaz de amar. Sólo sabe mercadear, incluso en sus relaciones personales. Confunde valor y precio. ¡Pobre necio! . Es evidente que hay que recuperar una orientación verdaderamente humana. Es necesaria una revolución, un cambio radical, y no-violento.

REVOLUCIÓN PERSONAL, REVOLUCIÓN COMUNITARIA

Revolución personal. La primera revolución siempre es en uno mismo. Hay que aprender a respetarse y no juzgar a nadie moralmente, aprender el difícil oficio humano de separar el grano de la cizaña, las personas de sus obras. Es una tarea tan compleja que no se acaba de aprender nunca, siempre requiere opción, no bajar la guardia, combatir, sin excepción, las acciones injustas, las que abajan a las personas, y salvar, siempre, sin excepción, a las personas. Luchar, sin odio, sin rabia, sin resentimiento, con amor, si, a las obras de los que hacen el mal a sabiendas. ¡Pobres diablos!.

No somos Dios. Somos Hombre. No debemos andar por la vida juzgando malos a los que realizan, claramente, maldades. La maldad es la mayor ignorancia de un hombre, si la verdad es que la vida es creación de amor. Lamentablemente, nuestra cultura ha degradado tanto la razón, dentro y fuera de las religiones, que es difícil aceptar en ella, como la más razonable, la afirmación de la existencia de Dios y de que, por tanto, todo es creación, una creación que, a pesar de las profundas oscuridades de la historia, sólo tiene sentido si proviene del amor. Les parece que abandonan la razón si no se convierten en enterradores. ¡Qué ceguera la del positivismo!

Pero, volvamos a lo nuestro. Dejémonos de lamentaciones y vamos a intentar proyectar un mundo fraterno, otro no nos vale, no está a la altura de nuestra dignidad.

Decíamos hace un momento que nuestro proyecto, por ser personas, es hacer del mundo un hogar para todos. Este proyecto, pese a su utopía, es irrenunciable. El que ha experimentado el amor, recibido y entregado, sabe que es difusivo, que no deja a nadie fuera, que rompe siempre fronteras, que camina siempre hacia la comunión personal, hacia el abrazo, que, incluso cuando debe impedir que alguien hago daño, cuando sea imprescindible utilizar la fuerza, debe mantener su razón y su sentir, es decir, su co-razón limpio, abierto a la ternura, sin dejar que en él anide el odio. Transformar su juicio en pena, en compasión. Hace siglos que sabemos que sin misericordia no es posible la justicia.

Revolución comunitaria. La segunda revolución, contemporánea de la personal, inescindiblemente unidas, consecuencia de ella, es la comunitaria. No hay conversión sin versión entregada al otro. El que ha decidido que su única ley es amar, experimenta que eso no es posible estableciendo una frontera entre él y los otros, no es posible amarse, sin amar al otro, y hoy sabemos que tampoco es posible amar, sin que este dinamismo creador abarque en su entrega el mundo del que venimos y que terminará acogiéndonos. Amar no deja a nadie, ni a nada, fuera. El problema siempre es que el hombre es un caminante, es naturaleza e historia, que lo que se recibe se recibe siempre al modo del recipiente que lo recibe, que cada ser humano es único, siempre sin acabar, siempre desconocido, incluso para sí mismo, siempre misterio sagrado, frágil, maravilloso, hasta en su maldad, inteligentemente afectivo, una menesterosa criatura que sólo merece amor y respeto. Comprender es la única opción válida, cuando se trata de personas.

Estas consideraciones no deben apartarnos de la lucha, deben orientarla por el amor, porque ésta es la única manera de humanizarse que tiene el hombre.

Las revoluciones permanentes de las que estamos hablando: la conversión y la transformación del mundo en hogar, deben actualizarse. Amar no es sólo querer el bien de los enemigos, sino combatir sus maldades y las consecuencias de sus maldades. En cada época hay circunstancias que es necesario conocer para saber transformarlas, es necesario querer para saber, y saber, para querer bien. El amar siempre es eficaz, siempre termina ganando, aunque en la historia los depredadores parezca que se llevan la mejor parte, sólo se están llevando el botín.

DESCUBRIMIENTO PERSONAL EN LA HISTORIA

¡Esto no es ciencia! dicen, inmediatamente los que, al final, sólo tienen la alternativa de la podredumbre o la incineración. Preclaros hombres, creyentes de razón menguada. Claro que no es ciencia, es sabiduría. La verdadera condición del hombre es la humildad. Sólo la humildad nos hace descubrir nuestra grandeza. La sabiduría del amor, la única que permite ver, con evidencia, lo que es invisible a los ojos, la ha ido adquiriendo la humanidad en sus mejores hijos, en los más sabios, en esos que muchas veces han terminado testimoniando lo que creían desde la cicuta o desde la cruz, rodeados del pasmo, del miedo, del odio y, también, de la esperanza de muchos. Ellos, aunque nos cueste reconocerlo, nos han hecho humanos. Han hecho posible el amor, la fe, la esperanza, el diálogo y, en definitiva, el sentido. En ellos hemos encontrado a Dios, a un Ser invisible a los ojos, que se manifiesta como Amor que crea siempre, haciendo que todo sea, y que nosotros vayamos haciéndonos verdaderamente humanos, con nuestra colaboración. Siempre encontramos a Dios, a la Verdad, en el amor. Es la eternidad, lo que siempre es y será, en el tiempo. Ningún depredador podrá comer las entrañas de los testigos de esta sabiduría, porque están hechas de eternidad, no están sujetas a la degradación, no se marchitan, provienen del amor y son siempre, viven.

Su testimonio nos ha enseñado que es menester arrojar, sin contemplaciones, a los mercaderes. No conozco ningún testigo de lo eterno que haya sido un blandengue. Devolver bien por mal, no es ser un cobarde o un meapilas, es la manifestación de la mayor fortaleza que existe. Nadie es verdaderamente libre si no se adhiere a fidelidades que valen más que su propia vida. Cuando no se teme a nada, cuando el amor prevalece, nadie te puede someter.

Es necesario echar a los mercaderes del templo. Primero al mercader que todos llevamos dentro, con nuestro afán de propiedad. Sabemos que, sin arrojar de nuestro corazón al mercader que se ha instalado en el, no es convincente liarse a porrazos con los mercaderes de fuera. Después a los que se han instalado en las instituciones, en el templo de la vida. Un mundo nuevo requiere siempre hombres nuevos, que luchen por no dimitir de su dignidad de personas, contra sus miserias, y contra todo aquello que pisotee la dignidad de cualquier persona, en cualquier lugar y tiempo, para esta tarea irrenunciable del hombre no hay sábado, ni día libre, ni vacaciones, ni jubilación, siempre es jornada laboral. Nunca es tiempo de dimitir de ser persona.

EL FIN NO JUSTIFICA LOS MEDIOS

Recordar nuestra grandeza y nuestra pequeñez es imprescindible, volver a pasar por el corazón (re-cordar) los logros alcanzados y los pecados cometidos es necesario, no para rellenar ocios con festejos ancestrales, ni para recuperar memorias vengadoras, sino para proyectar un futuro mejor. El hombre es un ser de lejanías, de utopía, de futuro posible.

Es una constante universal en la historia de la humanidad que sólo el amor y la comunidad, sólo la comunión que va creando siempre el quererse, ha hecho posible el avance hacia lo que consideramos genuinamente humano. El egoísmo en cualquiera de sus formas, la rotura de vínculos personales, sólo produce destrozos.  No es necesario poner ejemplos, cualquiera puede comprobar la eficacia de una manera de vivir o de la otra. Cuando hay una buena familia a tu alrededor, cuando hay amigos, no estás nunca solo. Si el amor falta, la soledad y sus consecuencias van secando la vida.

FAMILIA

Hoy, en esta cultura degradada, todo tiene precio, y nada vale. Despreciamos lo que ignoramos. En la historia, es un hecho, que sólo el amar nos ha llevado a la experiencia del sentido, a la confianza y a la esperanza. Nos hemos reconocido dignos, por ser hijos y por ser personas. Esto es irrenunciable. Es una experiencia poderosa, maravillosa, vivir el amor como hijos, como padres, y como hermanos. Venimos a la vida como hijos, aprendemos a amar con los que nos han querido, antes de conocernos e incondicionalmente, y vamos, así, creando todos fraternidad. Padres e hijos estamos hermanados en la existencia.

Así pues, vamos a vivir en familia, como hermanos, vamos a no dejarnos comer más el coco con ese embrollo financiero de diseño en el que nos han enredado. Es menester recuperar el sentido común, escuchar a los clásicos, volver a reorientar la vida por la prudencia. La economía (la ciencia de las normas que deben regir un hogar) es una magnífica ciencia humana, como lo es la política, pero se han convertido en medios de deshumanización en manos de ignorantes y de irresponsables, las dos deben ser reorientadas desde la centralidad de la persona, ética, política y economía no deben separarse.

Como la revolución siempre es, en primer y permanente lugar, de uno mismo, es imprescindible que se haga compartiendo la vida con los que peor lo llevan. Se sale de la pobreza haciéndose pobre con los pobres y luchando con ellos contra la pobreza. Sin anuncio, la denuncia sólo es hipocresía. Contra las crisis sólo el enfrentamiento, la creatividad e ir a la raíz se muestran eficaces. Los medios, con personas, sólo pueden ser personales. Amar al hombre es una abstracción, el amor siempre es una obra concreta a un prójimo, alguien que está a nuestro lado o a quien nos acercamos, alguien imperfecto, con circunstancias que hay que transformar y liberar, para ayudar a que se libere. El avance humano sólo se consigue introduciendo con nuestras obras bien donde había mal. Y, ante tanto mal, no se puede ser humano, sin ser un rebelde.

ES TIEMPO DE INSUMISIÓN Y DE FRATERNIDAD

Estamos recordando estas cosas despacio porque están demasiado olvidadas. En la sociedad del conocimiento, dicen, y de las comunicaciones, también dicen, nos estamos apartando de la sabiduría. Menudo negocio. Con este negocio, algunos hacen el suyo.

Nosotros, sin embargo, estamos convencidos de que hemos encontrado la clave de nuestra existencia; coinciden en ella todos los hombres grandes, los que han experimentado que la vida tiene sentido, los que han sabido unir limpieza de corazón, humildad, sencillez, servicio, testimonio, rebeldía…Todos ellos coinciden en que el amor es lo único que construye y lo han adoptado como su modo de vivir, reconociendo que no lo han inventado. Se han sentido criaturas.

La dignidad humana, su universalización, y sus consecuencias, se han proclamado recientemente. Sin embargo, la liberación, el proceso de humanizarnos, la decisión permanente y firme de no dimitir es lo más complicado de la vida. No nacemos santos, sino llamados a la santidad. La santidad no es cosa de religiones, otra confusión, es cosa de hombres. Es un trabajo duro e inacabable. El trabajo humano, de cada ser humano, indelegable.

En la historia, siempre llevan las de ganar los que aprovechan la fuerza de su egoísmo y las posibilidades que ofrece el amor de los demás. Ésta es una buena razón para no ser un ingenuo. El drama, para algunos tragedia, de la historia, consiste en el agotador e inacabable esfuerzo  que exige ir abandonando las ilusiones y, sin embargo, mantener la esperanza.

Con estos principios elementales como brújula para marear vamos a intentar lanzarnos al encrespado mar actual y trazar un rumbo. Sólo vamos a proponer tres cosas que, al ponerlas en la vida, demostrarían la fuerza que tiene el compartir, vivir como hermanos.
Vivir así,  compartiendo lo que hay, dando más a quien más lo necesita y sirviendo más quien más ha recibido, es lo normal en una familia orientada por el amor.

Compartir la vida y las cosas no sólo es necesario para los empobrecidos, sino para todo el que quiera vivir humanamente. Entre el amar y la dimisión sólo hay el abismo de la deshumanización. Todos somos responsables de todos. Esta es la verdad del amar. En esto consiste el trabajo humano. Por eso, vamos a intentar, al menos, repartir el empleo. No se puede consentir tan nefasta distribución de los recursos. Todas las grandes declaraciones sobre la dignidad y los derechos humanos se quedan en juguetes rotos ante el abismo de desigualdad e injusticia que, no sólo puede evitarse, sino que es un proyecto minuciosa y fríamente pensado, realizado sin piedad. La avalancha de declaraciones de buenas intenciones, de políticos y financieros, de líderes de religiones, de instituciones que medran sin ánimo de lucro, de millones de personas que se encuentran bien en la masa, no son creíbles sin obras que muestren que creen en lo que dicen. Al final, el testimonio es la medida de un hombre, y, si lo es de un hombre, lo es así mismo de las instituciones que va creando. Una institución no es una sociedad anónima nunca, siempre son personas las responsables, el anonimato es una coartada para la irresponsabilidad.

Como el desorden es muy profundo, es necesario ir a fondo, con prudencia y fidelidad, en todos los ámbitos. Un principio es necesario hacer vida: la única ley es amar. Todas las leyes, en la medida en que se desvían de este principio, se convierten en alambradas. En cada época es menester identificar los ídolos que producen la sumisión y la muerte. La nuestra tiene algunos que sobresalen: mercado-mundo, bienestar, cientificismo, laicismo, relativismo, utilitarismo, afán de propiedad, manipulación de las conciencias, degradación de las democracias, confusión de valor y precio.

Todos estos mitos, y algunos más, han dejado el mundo con las venas abiertas. Es hora de insumisión y de fraternidad.

Es necesaria una revolución, personal y comunitaria en la España del siglo XXI

El bienestar ha calado tanto, nos ha vuelto tan ciegos al valor, que necesitamos una pedagogía de la desapropiación, es necesario  aprender a comportarnos como hermanos, a que nos duela el mal compartiendo sus consecuencias.

Se trata de educarnos para vivir en familia. Es menester hacer un esfuerzo de creatividad fraterna para reorientar los diferentes ámbitos de la vida. Vamos a comenzar por la pedagogía personal, por la conversión, para ir preparando y haciendo posible la transformación social. El principio que orienta este camino es el de la desapropiación para compartir, no por masoquismo. Al final, las personas sólo tenemos lo que damos, sólo somos libres en la entrega que hacemos de nosotros mismos.

La propuesta que vamos a realizar es una muestra de cómo creemos que hay que avanzar en el asunto del empleo, que muchos confunden con el trabajo humano, que es otra cosa mucho más importante y que ocupa la vida entera del hombre. Habrá que realizar otras muchas, en todos los ámbitos. Pretende reacoger en las tareas del hogar a los que el mal comportamiento de algunos miembros de la familia ha considerado inútiles, es decir, a los que han obligado a parar o a los que ni siquiera se les ha dado una oportunidad. Es inaceptable que haya tantas posibilidades y tengamos a la mitad de nuestros hijos sin empleo, sin posibilidad de proyectar una familia, un hogar, sin esperanza. Participar como ciudadano de pleno derecho en todo, en la medida de las posibilidades de cada cual, es un derecho fundamental, básico. No hay razón de peso suficiente para excluir de la ciudadanía plena a nadie. Es necesario y urgente compartir lo que hay, y crear nuevas posibilidades.

Las siguientes propuestas son concretas y dirigidas a entornos conocidos. Cada cual debe hacer en el ámbito que él conozca algo parecido.

Nos limitamos a proponer algunas posibilidades que ofrecen tres entornos concretos: la enseñanza, la sanidad, y los pueblos.

1.      La enseñanza es un servicio personal fundamental, no es un lugar de producción de utensilios. Es necesaria vocación, magisterio, ministerio, no se ayuda a ser personas desde la ignorancia, con prisas, con horas lectivas como churros, con clases masificadas, la relación magisterial con niños y adolescentes es un sacramento de muy delicada administración.

Frente a la imposición, insensata, de menos contratos de trabajo en la enseñanza, más chicos en cada clase, menos dinero por más esfuerzo y más horas de trabajo, es necesario romper esa lógica, desde dentro. Se podría proponer reducir en un 30% la jornada laboral de quien estuviera dispuesto a luchar contra esta imposición y crear un puesto de trabajo por cada tres empleados a tiempo completo. En principio, habría que estar dispuesto a cobrar un 30% menos, con todas las consecuencias derivadas de esta circunstancia. Sin embargo, el bien social sería tan evidente que se podría exigir, razonablemente, un apoyo decidido de los recursos públicos a esta iniciativa.

2.       En la Sanidad, otro servicio básico, en la que existen muchas personas trabajando en el servicio público y en el privado, al mismo tiempo, se debería disuadir fiscalmente de trabajar en dos empleos. Hay muchas otras cosas que reorientar, pero, por algo hay que empezar. Puede ser una buena ocasión para recuperar de verdad el servicio público y dejar de jugar con dos barajas. Un buen médico, un buen trabajador de la sanidad, es el que sabe y quiere ayudar a sanar íntegramente al hombre. No me parece bien orientado el que sabe y quiere, pero acapara y se enriquece. Hay diferentes maneras de usar los conocimientos, pero, en la vida de un hombre fraterno, todo debe estar orientado al servicio desde el amor. Un médico, como cualquier otro ser humano, siempre es una persona. Y, la persona, es el ser capaz de amar. Ésa es la vocación humana. En ninguna actividad de la vida hay excusas para el egoísmo.

3.        Recuperar una vida sencilla y muy completa en los pueblos. Un proyecto con muchas posibilidades podría ser el de hacer un fondo de capital, con aportaciones voluntarias o con fondos procedentes de banca solidaria, dejando de trabajar con cualquier banca que invierta en asuntos inconfesables o utilice la usura en sus prácticas, para comprar un fondo de tierras comunes en las que crear cooperativas agropecuarias, que permitieran una vida comunitaria, sencilla, que hiciera posible una vida digna para muchos jóvenes. Recuperando tierras y  pueblos, que tienen muchas posibilidades abandonadas o inexploradas. Los que somos de pueblo sabemos que se puede vivir una vida buena en ellos. Vivienda, tierra, labores agropecuarias, relaciones personales, participación directa en la gestión de los asuntos, relación personal, no anónima…etc. Todo eso y mucho más es posible en un pueblo bien educado humanamente.


Hoy, como siempre, es necesario aprender a compartir. La razón fundamental es que sólo el amor nos construye humanamente, pero, además, es un deber de justicia no acaparar cuando otros no tienen lo más necesario.

Repartir y compartir los conocimientos y el empleo es urgente, es justo y necesario. No siempre en la vida tenemos las mismas necesidades. Cuando se ha criado a los hijos y se han pagado las facturas agobiantes de la vida, como el piso, cuando se lleva ya muchos años realizando tareas rutinarias para poder vivir, podría ser una liberación dejar parte de la jornada para poder dedicarse a otras actividades más plenificadoras humanamente. Esto requiere un cambio de valores, aprender a disfrutar de una vida sencilla, valorar lo suficiente. No esforzarse sólo por tener más.

Promover, como un bien personal y social, medias jornadas a partir de los 55 años, para que muchos jóvenes pudieran también tenerlas, y poder así aprender con los que saben y entrar en la vida estudiando y trabajando, sintiéndose acogidos y útiles, llamados a participar en la ciudadanía plena, creando sus hogares a tiempo, tomando las decisiones fundamentales de la vida en el momento en que se deben tomar, cuando se es joven y se tiene fuerza y esperanza.

Es una radical desorientación antropológica arrebatar la esperanza a los jóvenes, haciendo que se sientan inútiles, dejándoles fuera de la ciudadanía plena, sin esperanza. Nada justifica esta realidad. No debe consentirse por ninguna razón. Una cultura que se acostumbre a vivir con este hecho, sometida y resignada a esta barbarie, no merece el nombre de humana.

Es necesario pensar despacio, pero sin pausa, las posibilidades de cada actividad de la vida con el orden de la persona, no con el desorden del individualismo. Se necesitan profesionales de todas las clases para pensar y proyectar bien estas iniciativas, que ahora tienen una buena ocasión de demostrar su eficacia de humanización.

Es necesario poner en pie ejemplos que demuestren su capacidad de generar vida y convocar a personas e instituciones a colaborar para crear posibilidades y transformar las cosas. Muchas personas, de nuestra misma familia, no hay otra, lo están pasando muy mal y no debemos mirar a otro lado.

APRENDIZAJE DE LA NOVIOLENCIA

Para llevar adelante esta revolución considero necesario el aprendizaje de la noviolencia, que es el único capaz, desde este punto de vista, de respetar a las personas y luchar contra sus miserias. Este aprendizaje debería ser imprescindible en la formación de niños y jóvenes, impregnando todas sus asignaturas, y la vida entera.

No perder el rumbo. Aprender a distinguir lo verdaderamente importante. No dejarse llevar. Es claro que sin maestros que hayan hecho vida esta forma de ser no se puede educar en ella. Sin embargo, el despiste reinante hoy, en ocasiones, prefiere mediocres que manifiesten su tibieza en varios idiomas. Es muy conveniente hablar varios idiomas, pero, una vez más, perdemos el norte, si ponemos un maestro mediocre, aunque hable varias lenguas, por delante de un maestro con vocación, que testimonia bien en una. Y, lo mismo puede ocurrir en otras tareas. Aprender a amar es mucho más difícil que aprender un idioma. La escuela  la ponen en pie buenos maestros, no loritos viajeros.

Todo esto ya lo sabía Pablo de Tarso cuando escribió el capítulo trece de su carta a los Corintios.

Desalambrar y compartir no pueden separarse, ni aplazarse. Es tiempo de insumisión.
A. Calvo

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