Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao
Queridos hermanos y hermanas.
1. Celebramos hoy la fiesta de la Asunción de la Virgen
María. El libro del Apocalipsis nos relata la victoria sobre el dragón de la
Mujer vestida de sol, a punto de dar a luz. Esta victoria es la de Cristo
resucitado, nacido de María, que vence el pecado, el odio, la injusticia y la
muerte. María es asociada de modo singular a esta obra de salvación de su Hijo.
Hoy celebramos el episodio definitivo de su vida: tras su asunción al cielo,
comparte para siempre la victoria y la vida plena de Cristo. La celebración de
esta hermosa fiesta aviva en nosotros la esperanza de poder superar las
dificultades que nos acechan con la ayuda y la gracia de Dios, con la
protección materna de María. Esta fiesta nos ayuda a levantar la mirada y ver
más allá, percibir el horizonte de salvación y de gozo que Dios nos ofrece y
del que María participa plenamente. Supone un nuevo estímulo, un impulso
renovado y una capacidad real para hacer presente entre nosotros el Reino de
Dios. El cántico del Magnificat proclamado por María es el canto de alabanza por
la acción de Dios a favor de la humanidad, es el cántico de esperanza de los
sencillos, de quienes ponen su confianza en el Señor.
2. En esta jornada festiva, la mirada y el corazón de la
diócesis quiere estar muy cerca de los que estáis sufriendo duramente estos
tiempos de crisis. Como afirma San Pablo, si un miembro sufre, todos sufren con
él (1 Co 12,26). Quiero transmitiros en nombre de toda la Iglesia diocesana
nuestra cercanía, nuestra preocupación por vosotros, y ofreceros toda la ayuda
que os podamos prestar. Me gustaría agradecer a Cáritas, a las instituciones
diocesanas y a tantos fieles que sin desfallecer comparten su tiempo y sus
bienes con los que sufren. Damos gracias a Dios por los organismos públicos y
privados, y tantas personas de buena voluntad comprometidas en ayudar a quienes
están padeciendo la crisis.
3. En la última Carta pastoral de Cuaresma y Pascua,
titulada una economía al servicio de las personas, examinábamos los efectos,
las causas y las raíces de esta crisis. Evidenciábamos la crisis antropológica,
ética y cultural que subyace a la crisis financiera, la carencia de reglas y
control adecuados, los comportamientos carentes de ética y responsabilidad, el
distanciamiento entre la economía financiera y la real, la búsqueda de lucro
desproporcionado, la especulación incontrolada, la codicia, la corrupción, el
derroche, la falta de previsión, el descontrol y negligencia en muchas
decisiones y en organismos de supervisión. Hacíamos, así mismo, un llamamiento
a la conversión, la invitación a una reflexión profunda sobre las causas
estructurales de la crisis, la identificación y transformación de estructuras
de pecado, y concluíamos con una invitación a la esperanza y a vivir de modo
concreto la caridad en la justicia, la participación, la compasión y la
solidaridad. Me consta que muchos lo hacéis de diferentes modos.
Intensifiquemos este compromiso. Seamos constantes y generosos.
4. El desempleo se revela como una de las consecuencias
más dramáticas de la situación actual. Afecta gravemente a muchas familias,
genera angustia y frustración y, sobre todo, es causa directa de exclusión
social. Dos hechos se revelan como particularmente alarmantes: el número
creciente de familias en las que todos sus miembros están en paro y el también
creciente paro juvenil, que amenaza el futuro de las personas y de la sociedad.
Por ello, es imprescindible que todos, instituciones organizaciones y
particulares, cada uno según su capacidad y responsabilidad social, nos
impliquemos en la creación de empleo. No se trata de crearlo a cualquier
precio, sino de sentar las bases de un empleo sostenible, adecuado al presente,
con proyección futura, y digno y justo en lo tocante a remuneración, garantías
y descanso, incluido el descanso dominical. Todos hemos de poner lo necesario
de nuestra parte para lograrlo. El camino no es fácil, pero la gravedad del
presente exige pasar de la confrontación a la cooperación decidida y generosa
entre instituciones, empresas, trabajadores y agentes sociales, asumiendo los
compromisos y sacrificios necesarios. El principio del logro del bien común
debe guiar este camino.
5. En estos tiempos duros, no se puede abandonar el
objetivo de una protección social adecuada. No es admisible que los miembros
más vulnerables de la sociedad sufran con mayor dureza las consecuencias de la
crisis. Por ello, las necesarias reformas no pueden comprometer la garantía
pública de servicios básicos para la cohesión y la justicia social, tales como
formación y educación, sanidad, pensiones, asistencia a la ancianidad y a la
discapacidad, y protección de los desempleados. Para su sostenimiento, se hace
imprescindible una fiscalidad justa, la persecución del fraude fiscal, la
gestión honesta y transparente de los recursos públicos, así como el acceso y
utilización responsable de estos recursos por parte de todos, evitando toda
tentación de abuso o de fraude. Parece un principio razonable que la
estructura, dimensión y gasto de las administraciones se ajusten a las
necesidades reales de la sociedad y a la prestación de servicios necesarios,
administrados con rigor, responsabilidad y transparencia. Las medidas de
contención del gasto deben estar bien justificadas y aplicarse de modo que no
sean causa de desprotección de los más desfavorecidos, ni afecten a los elementos
fundamentales que configuran el bien común. Al mismo tiempo, tales medidas
deben ser acompañadas por acciones enérgicas de estímulo económico que sirvan
para crear nuevas oportunidades de trabajo y reorientar la economía hacia su
viabilidad y sostenibilidad futura.
6. Los hogares en riesgo de desahucio constituyen otra
preocupación que precisa una solución urgente. Pocas situaciones hay más
dolorosas que perder el propio hogar, lugar que custodia la comunidad más
necesaria y vital de la sociedad, que es la familia. Es necesario encontrar
caminos justos para que las familias que se asoman a un duro empobrecimiento no
pierdan su casa, evitando que se vean abocadas a la exclusión y a sufrir un
hondo sentimiento de desprotección. Son loables los esfuerzos de
administraciones e instituciones para evitar esta situación y encontrar
alternativas justas. Estos esfuerzos deberían extenderse y profundizarse.
Custodiemos y promovamos con decisión la familia como bien social de primer
orden. Promovamos incentivos económicos, de vivienda y laborales para que los
jóvenes puedan constituir nuevas familias. Procuremos la adecuada conciliación
de la vida familiar y laboral. La familia se revela en estos tiempos como un
recurso capital para sostener a las personas carentes de empleo.
7. Miremos también a los inmigrantes como quienes
realmente son, hermanos y hermanas nuestros. También Jesús, con María y José
fueron emigrantes en Egipto. Siempre es necesario un esfuerzo recíproco y
compartido de acogida e integración. En estos momentos de crisis, son
precisamente ellos uno de los colectivos que acusan con mayor severidad la
falta de empleo y el empobrecimiento. Debe buscarse una solución justa a las
situaciones de "ilegalidad". La sensibilidad y humanidad que estos
casos requieren debe conducirnos a prestar los servicios básicos que necesitan
y a poner en marcha medidas de integración que los rescaten de situaciones
injustas y los guíen en la senda de la equiparación en todos los aspectos con
los demás ciudadanos.
8. El modo en que nuestras economías están estructuradas
permite movimientos de mercado no conformes a los principios éticos y
gravemente lesivos del bien común. El mercado no es autoreferencial ni
autosuficiente. El mercado sin ética se pervierte. Se dan con frecuencia
intereses y movimientos fuertemente especuladores que precisan de clarificación
y control. Estos movimientos, generados por intereses oportunistas, por
búsqueda de lucro desmedido, o por grupos de presión sobre empresas, mercados o
países, generan grandes tensiones que violentan el principio fundamental de que
la economía debe estar siempre al servicio de las personas y del bien común.
Ponen de manifiesto que, para quienes los promueven, el capital y el lucro son
considerados como un fin en sí mismos, sin la necesaria referencia al bien
común y al servicio de la persona y la sociedad.
9. En tiempos de crisis, se hace más necesario que nunca
el fortalecimiento moral de la sociedad. Para ello, la educación integral se
convierte en un pilar básico que es preciso reforzar. A este respecto, la
dimensión trascendente y religiosa no debe quedar excluida del ámbito
educativo", respetando siempre la libertad del alumno y de sus padres, y
el legítimo marco legal. Tal como os escribí en una carta el pasado mes de
febrero, "la enseñanza religiosa favorece enormemente el crecimiento
personal y contribuye decisivamente a la edificación de una sociedad y un mundo
enraizados en la verdad y el bien, el respeto mutuo y la tolerancia, la
solidaridad y la gratuidad, la justicia y la paz, en la ayuda a los más
necesitados y en la protección y tutela de los débiles".
10. En
el último gesto diocesano de solidaridad, muchos manifestasteis compromisos
personales, familiares o comunitarios de responsabilidad ante la crisis.
Concretemos, cada uno en la medida de sus posibilidades, el modo en el que
prestamos generosamente una ayuda eficaz. También pedíais a las instituciones,
empresas y organizaciones de toda índole un ejercicio de responsabilidad:
austeridad, remuneración justa y transparencia. Ciertas retribuciones y
prerrogativas, en ciertos casos vitalicias, resultan social y moralmente
escandalosas y dañinas para la cohesión social, especialmente en instituciones
que, de un modo u otro, reciben apoyo público. Los signos reales de austeridad
y moderación son especialmente necesarios en la actual situación. Finalmente,
tengamos presente que la solidaridad, la colaboración leal entre todos, la
crítica constructiva, la escucha y el diálogo con el fin de alcanzar acuerdos, siempre
cosechan mejores resultados que la confrontación y la ruptura.
11. Volvamos
los ojos a María. Hoy ... nos acercamos a felicitar y
honrar a nuestra Madre. En su regazo depositamos nuestras ilusiones y
esperanzas, nuestras dificultades y peticiones. Que nuestra oración sea
generosa y abierta a las necesidades de los demás. Que María interceda por
todos y nos haga testigos del amor de Dios, sembradores de esperanza y apoyo
eficaz para cuantos necesitan de acogida y ayuda fraterna
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